CRÓNICAS BURDELIANAS

Teorizando entre las legumbres


Apagón

por felipe bravo torres



… y que cuando alguien nace, llora por haber venido al mundo. Y que cuando alguien muere, el mundo es que lo tiene que llorar…

Dicen que de eso se trata el juego. ¿Quién sabe?; lo cierto es que, a veces, esto de trata de juntar muertes y nacimientos simultáneos.

Ese día iba acompañado de tres personas más, esos vampiros depresivos de día miércoles que gozan con salir a derretirse y deprimirse con el sol en la cara. Si hasta parece que esperan la primavera para sacar sus trapos más negros anhelando en voz alta lo mucho que quisieran, simplemente, ya no estar. En fin, ese día habíamos salido de clases temprano. La gente aún no terminaba de almorzar. Aprovechamos esa situación y fuimos ahí donde los estudiantes de medicina iban a ver órganos, cuerpos y osamentas. Sin pensarlo demasiado y, con poca gente alrededor, nos dirigimos por la escalera hacia el subterráneo de esa facultad.

No dejaba de llamar la atención que la entrada estuviera al costado. La gente parecía hacerle el quite a la escalera que daba al lugar, todos preferían transitar por el otro costado.

De los tres vampíricos, dos asumían un mutismo falsamente auto-impuesto y el otro, Camilo, tomaba el extremo opuesto, hablaba y hablaba de lo bellos de la muerte y que sólo los bellos acontecimientos de la vida eran dignos de ceremonias y rituales (qué mejor que lo que envuelve a lo que nos convocaba. La muerte).




Cuando bajamos las escaleras, Camilo extremó sus ganas de mostrar aún más su gusto por el sitio. Comenzó a recordar, en voz alta, algunos pasajes del poema “el cuervo” de E. Allan Poe.

El cuadro era bastante ridículo y el lugar parecía tomar la atmósfera de una película gótica de bajo presupuesto, tal vez, precisamente lo que no queríamos imprimirle. Sin embargo, eso duró sólo hasta que llegamos al final de un pasillo. Ahí había una gruesa y pequeña puesta de madera, a simple vista parecía echa de pino de oregón o esas maderas rojizas. Sobre la puerta había una inscripción tallada que marcaba una suerte de división entre la vida y la muerte: “un paso después de esta puerta no solo es acercarse a la no-vida; sino que es entrar en contacto con ella”.

Camilo y los otros dos abrieron rápidamente la puerta. Yo esperé un poco antes de entrar. Cuando lo hice, Camilo había dejado ya de hablar y los otros dos, simplemente, casi no respiraban. En la hilera de pequeñas ventanas del fondo había frascos con fetos sin vida, ojos y otras especies que resultaban indescifrables a simple vista. A los costados habían dos congeladores con un cartel de prohibiendo que fuesen abiertos. Obviamente poco caso le hicimos y sin pensarlo mucho despejamos la curiosidad. Abrimos al mismo tiempo ambos- uno dos tres- y cuando los destapamos se asomaron sincronizadamente dos brazos con manos carentes de dedos, una de cada congelador. Había dos cuerpos completos.

Nuestra impresión fue enorme, peor no terminaría porque al tiempo que mirábamos al interior de los congeladores, las luces se apagaron y la pequeña puerta tallada se cerró de forma súbita y de golpe. Salió de inmediato un grito al unísono y entre el susto y el no atinar a nada en ese contacto directo con lo muerto, permanecimos un par de horas encerrados.

Más tarde comprenderíamos, por muy cliché que suene, que la muerte puede no ser más que simple y gran apagón.







Ediciones Anteriores


© 2007 CRÓNICAS BURDELIANAS burdel.abierto@gmail.com|para Mozilla Firefox